miércoles, 17 de octubre de 2007

Microsoft patenta una tecnología que lee la mente al utilizar un ordenador

Microsoft ha presentado la solicitud para patentar un lector de mentes, que sin necesidad de conocimientos médicos y por muy poquito dinero (esto debe ser importante, porque lo subrayan hasta la saciedad) puede medir la actividad cerebral de cualquiera mientras interactúa con su ordenador. ¿El objetivo? Dicen que mejorar la relación entre el cerebro humano y la máquina, para adaptar mejor la informática a sus usuarios. Pero siempre habrá malpensados que se pregunten si no será al revés.
La compañía dispensa con cuentagotas la información, que de momento sólo ha sido objeto de debate en la blogosfera tecnológica. Allí las opiniones están divididas entre los que creen que lo que Microsoft quiere patentar es una barbaridad, y los que creen que es imposible. No es esa la creencia de Desney Tan, investigador de Microsoft en Redmond. Formado en Francia y en los Estados Unidos, antiguo ingeniero de las fuerzas armadas de Singapur, su campo de estudio es la interacción cerebro humano-ordenador, y su más reciente obsesión, medir las señales eléctricas que mantienen unida y en acción la mente.
No es el primero que lo intenta. Scott Mackler, un profesor de la Universidad de Pensilvania víctima de una terrible enfermedad degenerativa, se comunica con su ordenador y con el mundo gracias a un software que lee sus ondas cerebrales a través de 16 electrodos. Así puede, por ejemplo, cambiar el canal de la televisión.
Según cuenta el mismo Desney Tan en la defensa escrita de sus experimentos, la «pega» que tenían todos los intentos anteriores de medir las señales eléctricas del cerebro era que requerían, o cirugía muy invasiva, o exponerse a radiaciones, o hacer grandes desembolsos de dinero. Él cree haber simplificado enormemente el asunto.
Medir la actividad mental
Su innovación no es tanto tecnológica como metodológica. Pongamos que intentamos evaluar el grado de concentración de una persona dedicada a una actividad mental o su grado de satisfacción o frustración con la misma. Podemos preguntarle a ella, pero lo más fácil es que obtengamos un informe «pobre». Mejor que conteste una máquina. El equipo de Tan tomó a 8 voluntarios, 5 hombres y 3 mujeres de entre 29 y 58 años de edad, les plantó los electrodos y los puso a hacer tres tareas: descansar, multiplicar 7 por 836 y imaginarse un pavo real rotando.
El objetivo era acumular la máxima cantidad de datos estables sobre la señal cerebral durante cada una de estas tareas, para aprender a reconocerlas y a distinguirlas unas de otras. El sistema actúa entonces como un clasificador de estados de la mente cuando está atareada haciendo esto o aquello.
El principal problema, claro, es que lo de que estamos leyendo la mente es un decir. Y no sólo porque leemos señales eléctricas y no pensamientos, sino porque las mismas señales pueden venir de muchos sitios. Los electrodos pueden captar señales sin valor cognoscitivo propio, tales como el parpadeo, la contracción espontánea de la piel bajo los electrodos, un temblor de la mano, etc. Esta es una de las razones de ciertas oleadas de escepticismo que ha levantado esta patente.
Pero Tan, en lugar de luchar contra los elementos, se ha unido a ellos. Lejos de perder tiempo y recursos limpiando la señal de impurezas, ha incorporado estas a la ecuación. ¿Qué más da si un parpadeo no es actividad cerebral pura, si siempre se siguen el uno a la otra, como el trueno al rayo?
93% de éxito
Entonces vino el segundo experimento. Esta vez los ocho voluntarios ya estaban ante una pantalla de ordenador, jugando al archipopular juego «Halo». Las tres tareas diferenciadas eran el descanso absoluto, el jugar solo -navegando aquí y allá, pero sin enfrentarse a ningún oponente concreto- y el jugar con «enemigos». Según Tan, si el primer experimento había dado un 80.4% de éxito clasificatorio entre tareas, el segundo ya alcanzó casi un 93%.
Las conclusiones se obtienen de un sistema de cálculo de probabilidades que en la actualidad, por ejemplo, se utiliza para preveer las posibilidades de que alguien acabe contrayendo una enfermedad. Es decir, que todo es opinable. Pero queda esbozada una tecnología capaz de aprender a distinguir unas señales cerebrales de las otras, con creciente -¿alarmante?- exactitud.

Notcia extraida de ABC.es

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Microsoft ha presentado la solicitud para patentar un lector de mentes, que sin necesidad de conocimientos médicos y por muy poquito dinero (esto debe ser importante, porque lo subrayan hasta la saciedad) puede medir la actividad cerebral de cualquiera mientras interactúa con su ordenador. ¿El objetivo? Dicen que mejorar la relación entre el cerebro humano y la máquina, para adaptar mejor la informática a sus usuarios. Pero siempre habrá malpensados que se pregunten si no será al revés.
La compañía dispensa con cuentagotas la información, que de momento sólo ha sido objeto de debate en la blogosfera tecnológica. Allí las opiniones están divididas entre los que creen que lo que Microsoft quiere patentar es una barbaridad, y los que creen que es imposible. No es esa la creencia de Desney Tan, investigador de Microsoft en Redmond. Formado en Francia y en los Estados Unidos, antiguo ingeniero de las fuerzas armadas de Singapur, su campo de estudio es la interacción cerebro humano-ordenador, y su más reciente obsesión, medir las señales eléctricas que mantienen unida y en acción la mente.
No es el primero que lo intenta. Scott Mackler, un profesor de la Universidad de Pensilvania víctima de una terrible enfermedad degenerativa, se comunica con su ordenador y con el mundo gracias a un software que lee sus ondas cerebrales a través de 16 electrodos. Así puede, por ejemplo, cambiar el canal de la televisión.
Según cuenta el mismo Desney Tan en la defensa escrita de sus experimentos, la «pega» que tenían todos los intentos anteriores de medir las señales eléctricas del cerebro era que requerían, o cirugía muy invasiva, o exponerse a radiaciones, o hacer grandes desembolsos de dinero. Él cree haber simplificado enormemente el asunto.
Medir la actividad mental
Su innovación no es tanto tecnológica como metodológica. Pongamos que intentamos evaluar el grado de concentración de una persona dedicada a una actividad mental o su grado de satisfacción o frustración con la misma. Podemos preguntarle a ella, pero lo más fácil es que obtengamos un informe «pobre». Mejor que conteste una máquina. El equipo de Tan tomó a 8 voluntarios, 5 hombres y 3 mujeres de entre 29 y 58 años de edad, les plantó los electrodos y los puso a hacer tres tareas: descansar, multiplicar 7 por 836 y imaginarse un pavo real rotando.
El objetivo era acumular la máxima cantidad de datos estables sobre la señal cerebral durante cada una de estas tareas, para aprender a reconocerlas y a distinguirlas unas de otras. El sistema actúa entonces como un clasificador de estados de la mente cuando está atareada haciendo esto o aquello.
El principal problema, claro, es que lo de que estamos leyendo la mente es un decir. Y no sólo porque leemos señales eléctricas y no pensamientos, sino porque las mismas señales pueden venir de muchos sitios. Los electrodos pueden captar señales sin valor cognoscitivo propio, tales como el parpadeo, la contracción espontánea de la piel bajo los electrodos, un temblor de la mano, etc. Esta es una de las razones de ciertas oleadas de escepticismo que ha levantado esta patente.
Pero Tan, en lugar de luchar contra los elementos, se ha unido a ellos. Lejos de perder tiempo y recursos limpiando la señal de impurezas, ha incorporado estas a la ecuación. ¿Qué más da si un parpadeo no es actividad cerebral pura, si siempre se siguen el uno a la otra, como el trueno al rayo?
93% de éxito
Entonces vino el segundo experimento. Esta vez los ocho voluntarios ya estaban ante una pantalla de ordenador, jugando al archipopular juego «Halo». Las tres tareas diferenciadas eran el descanso absoluto, el jugar solo -navegando aquí y allá, pero sin enfrentarse a ningún oponente concreto- y el jugar con «enemigos». Según Tan, si el primer experimento había dado un 80.4% de éxito clasificatorio entre tareas, el segundo ya alcanzó casi un 93%.
Las conclusiones se obtienen de un sistema de cálculo de probabilidades que en la actualidad, por ejemplo, se utiliza para preveer las posibilidades de que alguien acabe contrayendo una enfermedad. Es decir, que todo es opinable. Pero queda esbozada una tecnología capaz de aprender a distinguir unas señales cerebrales de las otras, con creciente -¿alarmante?- exactitud.

Notcia extraida de ABC.es

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